Todo comienza una bonita y tormentosa mañana de invierno, donde las fieras devoraban a los niños y las plantas devoraban a los animales. El Barón de Münchhausen se encontraba como todos los días nadando en la brea cuando yendo de camino a su casa se encontró chinga tu madre un barranco. A el barón le interesaba saber la altura de aquel precipicio. Pensó en tirar una piedra para escuchar cuanto tardaba en caer, pero sufría una gran sordera provocada por una rama de secoya que se le había metido en la oreja. Decidió tirarse él mismo, no descubrió su altura pero esparció trozos de cerebro por todo el suelo. El barón invitó a todos sus amigos a repetir su hazaña, creando un ejercito de deserebrados y una plantación de cerebros bajo el barranco.
Se hizo deporte nacional de Alemania. Esto provocó la fiebre de las alturas, conocida porque a partir del siglo XVIII se empezaron a construir los edificios más altos del mundo: la torre Eiffel, Empire State Building...Los hermanos Wright inventaron un avión de papel gigante, que funcionaba con carne humana (Recolectada en vida), con el que volaron hasta la increíble altura de 1,5 m y saltaron sin paracaídas. Una hazaña digna de recordar. En la esplendorosa ciudad de Yamena se erigió un monumento que recordaba a los valientes (el monumento se destruyó al impactar con el excremento de una paloma).
El interés por la emoción de estamparse contra el suelo creció gradualmente. Primero la gente se tiraba desde sus casas (Sótanos y plantas bajas, parkings subterráneos incluidos.), más tarde se subían a un banco y saltaban...En esa época se extendió la plantación de dientes en el suelo, una cosecha típica de regadío.
De la caída libre salieron sus variantes como el puenting, salto con paracaídas...pero ya sea uno hombre o mujer, el verdadero macho se tira sin cuerda ni nada y de cabeza (si es sobre un bloque de granito mejor) y dando cabezazos hacia el suelo.